He croissant, o como lo conocemos en España, cruasán, es una joya de la panadería que nos transporta directamente a las calles de París del siglo XIX. Su origen se entrelaza con el genio creativo de panaderos locales que tomaron inspiración del kifli austriaco, pero le dieron su propio giro con una masa hojaldrada fermentada al estilo francés, la misma utilizada para las irresistibles napolitanas. ¿El resultado? Una delicia que conquistó el mundo en el siglo XX, con variantes que seducen con ingredientes únicos, texturas irresistibles y nombres propios que reflejan su diversidad.
El mérito de dar vida al cruasán moderno recae en el chef francés Sylvain Claudius Goy, cuya creatividad ha dejado una huella imborrable en el universo de la repostería. En cada bocado, podemos saborear la dedicación y la maestría que ha perdurado a lo largo de los años.
Pero el encanto del cruasán no se limita a su origen francés; ha cruzado fronteras adoptando identidades locales. En Perú, Ecuador y Venezuela, son conocidos como «cachitos», mientras que en Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay se llaman «medialunas», una variante única de las facturas que conquistan el paladar. En España y Colombia, nos quedamos con el clásico «cruasán», pero no podemos ignorar la creatividad que despiertan los apodos como «cangrejitos» o «cuernitos» en otros rincones de América Latina.
Ya sea dulce o salado, simple o relleno, el cruasán es mucho más que un panecillo; es una experiencia que despierta los sentidos y nos conecta con la riqueza de la tradición y la innovación en cada cultura que lo acoge. Así que la próxima vez que te sumerjas en este placer hojaldrado, recuerda que estás saboreando un pedazo de historia panadera que ha conquistado el mundo con su encanto inconfundible.
Si alguna vez te encuentras paseando por las calles de París, no puedes dejar de probar el auténtico cruasán. Un pedazo de historia culinaria que se derrite en la boca y te transporta a la elegancia y sofisticación de la pastelería francesa.